martes, 15 de marzo de 2011

Un caso de emparedamiento en Úbeda

Aunque parezca mentira, el emparedamiento es una actividad muy frecuente en toda Europa durante el siglo XVI, que afecta sobre todo al género femenino. Y también, aunque parezca mentira, la mayoría de estos crueles encierros son voluntarios. Las mujeres sepultan sus cuerpos para liberar sus almas. Se sienten, así, más cerca de la divinidad. Sin embargo, otros emparedamientos nada tienen que ver con el consentimiento y la mística, sino con la fuerza y la represión más brutal. Muchas mujeres, en el medievo, eran sometidas a esta cruel práctica como castigo por manchar la honra familiar, por casos de adulterio, infidelidades, celos, o cualquier otro espurio motivo.

Casa de las Torres, en una postal coloreada de principios del siglo XX

La casona palaciega de las Torres, en la ciudad de Úbeda, es protagonista de un caso de emparedamiento ocurrido en esta época. A principios del siglo XX, un albañil que realizaba obras de reparación en el inmueble, descubrió detrás de una gruesa pared un amasijo de huesos, hábitos religiosos y rosarios. Los despojos fueron adjudicados a Ana (o Antonia) de Orozco, una joven recién casada que desapareció de la noche a la mañana en aquel enrome y frío palacio a mediados del siglo XVI. La familia acusó entonces al marido de la chica: Andrés Dávalos de la Cueva, nada menos que caballero de la orden de Santiago, regidor y comendador de la ciudad. Era un tétrico personaje, demasiado poderoso, que no dudó en cerrar la boca a sus suegros con doblones de oro. La leyenda retrata al marido Andrés Dávalos como un hombre ya entrado en años, celoso y sin escrúpulos, que al sentirse traicionado por su joven y hermosa mujer, no dudó en emparedarla viva, para lo que cuidó de vestirla con hábitos de monja.

Patio de la Casa de las Torres a principios del siglo XX. La mayoría de los arcos están cegados, y en el suelo hay esparcidos capachos de esparto para prensar la aceituna.

Tan jugoso episodio de la historia de Úbeda no escapa a la maravillosa pluma de Antonio Muñoz Molina, que vivió su infancia justo enfrente de la Casa de las Torres. En El jinete polaco (Premio Planeta y Premio Nacional de Literatura) relata su propia versión novelada de los hechos. Según nuestro escritor fue un gato el que entró en el edificio e hizo saltar una bomba de la guerra civil que ocasionó el derrumbe de un muro, tras el que apareció una momia vestida de época: “Guapísima, como una artista de cine, y rápidamente corrigió, como una estampa de la Virgen, vestida de dama antigua, morena, con tirabuzones, con un vestido de terciopelo negro, con un rosario entre las manos, una santa martirizada en secreto, emparedada en el sótano más hondo de la casa de las Torres, tras un muro de ladrillo que la explosión de una granada derribó por azar”.

Detalle de una gárgola de la fachada de la Casa de las Torres. Estas grotescas esculturas eran símbolo de irracionalidad, de vicio frente a la virtud. Autor: Antonio José Muro Sánchez

Pero, una leyenda que se precie debe buscar un final acorde, en el que no queden impunes los horrendos hechos cometidos. Así, los huesos de Ana de Orozco fueron enterrados en el cementerio de San Ginés de la ciudad, y desde entonces, la noche de Todos los Santos, se escuchan en su tumba los patéticos lamentos del marido, rogando perdon durante la eternidad...

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